LOS MIEDOS DEL HOMBRE ACTUAL

Hoy era una fecha marcada en rojo en el calendario del Festival Perelada, ya que se ha celebrado el estreno absoluto de Genius Loci, otro encargo del ciclo ampurdanés, una pieza escénico-musical que rehúye las etiquetas convencionales y se sitúa en un punto intermedio entre recital, instalación y acción teatral. La propuesta ha sido creada por el director de escena Rafael R. Villalobos y el contratenor Xavier Sabata, dos figuras que ya se han convertido en verdaderos cómplices del festival, donde han estrenado magníficos proyectos haciendo tándem artístico. El proyecto parte del libro The Lost Garden de Jörn de Précy (Elba Editorial, 2018) y articula una reflexión sobre la relación entre individuo y espacio, entre la experiencia sensible y la construcción cultural de los lugares. Villalobos, que asume un gran número de roles –firma la dirección escénica, la dramaturgia, el vestuario, la iluminación y la escenografía–, ha planteado un espectáculo austero en las formas pero complejo en su construcción, cuya función destacada es reflexionar sobre los miedos del hombre actual.
El espectáculo, presentado en el Mirador del Castillo, se despliega en cinco cuadros titulados Tiempo, Espacio, Materia, Antimateria y Genius Loci. Cada uno se articula a partir de una selección de piezas del repertorio vocal británico, con autores que abarcan casi cinco siglos, de John Dowland a Benjamin Britten. Este corpus musical, lejos de seguir una lógica cronológica o historicista, se presenta como materia disponible para construir una secuencia dramatizada. El resultado no responde a una narrativa lineal, sino a una organización por bloques temáticos, sin hilo argumental explícito.
El concepto de genius loci –el leitmotiv de toda la edición de este año del festival–, entendido como el espíritu singular que define cada lugar, funciona como eje de un trabajo que busca atender no solo al paisaje físico, sino también a sus implicaciones culturales y simbólicas. No se trata de representar un jardín, sino de tensionar las ideas asociadas a ese espacio: naturaleza, domesticación, memoria, decadencia, tecnología, progreso, religión, identidad... El texto original, considerado por algunos una fábula filosófica escrita bajo seudónimo, funciona más como referencia conceptual que como fuente directa de dramaturgia.
Recibe al público un espacio cubierto de grava negra, con árboles hechos con fluorescentes y con tiestos y utensilios de jardinería esparcidos por el suelo. En una cabecera, Liam Byrne (viola da gamba y electrónica) construye el paisaje sonoro, fundamental, de la pieza. El escenario, ideado con la colaboración del artista visual Cachito Vallés, no reproduce ningún espacio natural. Al contrario, opta por una estética industrial y matérica, con estructuras que recuerdan más a una instalación que a un decorado convencional. Este espacio se transforma a lo largo de la pieza mediante la iluminación, también obra de Villalobos, sin que estos cambios impliquen ningún giro dramático, sino que se insertan en un movimiento de fondo que afecta a toda la puesta en escena.
La selección musical sigue una lógica de contrastes temporales y estilísticos. El primer cuadro, Tiempo, enfrenta dos visiones separadas por más de un siglo: Restless in Thought de John Eccles y Whither Must I Wander de Ralph Vaughan Williams, dos piezas que reflexionan sobre la nostalgia, el paso del tiempo y la búsqueda de sentido. Sabata asume un rol que oscila entre el narrador implícito y el protagonista silencioso; encarna al creador del jardín, el filósofo y pensador con una interpretación vocal de gran claridad expresiva, sin elementos ornamentales superfluos, mientras que Jonas Nordberg le da la réplica, es el contrapunto, asumiendo el rol del jardinero, sencillo y pragmático, contenido y preciso, además de interpretar la música de varias canciones con su archilaúd. La música y la versión del texto original a cargo de Rafael R. Villalobos se entrelazan de forma fluida, encadenando ideas.
El segundo cuadro, Espacio, se construye con Music for a While de Henry Purcell, Flow My Tears de John Dowland y Bright is the Ring of Words de Vaughan Williams, donde el espacio deja de ser una realidad física para convertirse en proyección de un estado de ánimo. En el tercer cuadro, Materia, emerge la pieza Morpheus, Thou Gentle God de Daniel Purcell, que invoca el sueño como fuerza transformadora. El cuarto cuadro y opuesto al anterior, Antimateria, une Before Life and After de Benjamin Britten, con versos trágicos de Thomas Hardy, y O Solitude de Purcell, creando un contraste entre el vacío contemporáneo y la quietud barroca. Finalmente, el quinto cuadro, Genius Loci, concluye la experiencia con dos obras icónicas: If Music Be the Food of Love y el lamento de Dido de Dido and Aeneas, dos cantos al amor y la pérdida que culminan el recorrido por este jardín sonoro.
Estas elecciones no responden tanto a criterios musicológicos como a una voluntad de generar tensiones internas, yuxtaponiendo estéticas distantes que, presentadas sin transición narrativa, obligan al espectador a establecer sus propios vínculos. El uso de la música es funcional, porque ocupa un lugar concreto en el discurso escénico. En este sentido, Genius Loci evita deliberadamente la idea de concierto para proponer otra forma de escuchar, más atenta a la relación entre sonido, gesto y espacio. Uno de los aspectos más destacables de la propuesta es su resistencia a la literalidad. No hay ningún esfuerzo por hacer el mensaje accesible ni por traducir las referencias culturales en clave pedagógica. Esto puede provocar cierta distancia en parte del público, pero también es lo que dota a la pieza de una consistencia singular. Villalobos confía en la capacidad del espectador para establecer relaciones complejas y para habitar un tiempo escénico no lineal, sin clímax ni desenlaces evidentes.
La relación entre Sabata y Villalobos, ya consolidada en trabajos anteriores, se concreta aquí en una complicidad que permite la construcción de un dispositivo escénico donde el intérprete no es un mero ejecutor, sino parte activa de la creación. Así lo expresó Sabata en la previa, reivindicando espacios que le permitan recuperar un rol más propositivo, cercano al que tenían los cantantes en períodos anteriores de la historia de la música. Esta actitud se evidencia en su interpretación, sobria pero sugerente, que se inscribe plenamente en la lógica de la pieza. La propuesta puede leerse también como una reflexión sobre la presencia escénica en el contexto contemporáneo. El uso de la palabra hablada, el gesto contenido, la escenografía casi abstracta, todo contribuye a crear una atmósfera que no busca seducir sino concentrar la atención. No hay rupturas abruptas ni efectos. La electrónica funciona como soporte y como materia atmosférica, nunca como reclamo tecnológico.
Genius Loci es una propuesta que opta por la densidad en lugar de la facilidad, por la fragmentación en lugar de la narración cerrada y por la cooperación entre disciplinas en lugar del lucimiento individual. Es también una muestra del tipo de producción que el Festival Perelada ha querido potenciar en los últimos años: obras que no responden a formatos previsibles y que exploran nuevas formas de relación entre las artes y el pensamiento contemporáneo. Tras un final majestuoso, con el alzamiento de las cortinas que dejaron al descubierto la maravillosa vista panorámica del castillo que se puede disfrutar desde el Mirador, el público estalló en una cálida y prolongada ovación.
Una conversación reveladora
La Biblioteca del Castillo de Peralada acogió, antes del estreno absoluto del espectáculo, una mesa redonda que resultó reveladora en el sentido más amplio del término. Participaron Marco Martella (escritor, jardinero y editor), Clara Pastor (Directora de Elba Editorial) y Rafael R. Villalobos, responsable de la puesta en escena de la versión realizada del ensayo literario. Además de ofrecer claves para interpretar mucho mejor el espectáculo que se ha estrenado hoy, se reveló un detalle que, pese a haberse hecho público en alguna ocasión, los promotores del espectáculo han querido mantener en secreto durante toda la previa: Jörn de Précy, escritor y jardinero islandés, que supuestamente escribió el ensayo The Lost Garden a finales del siglo XIX, nunca existió, como tampoco su obra magna, Greystone, el jardín perdido –ahora sabemos que imaginario– que habría construido con su jardinero Sam. El autor del ensayo es en realidad el propio Marco Martella.