UN DIÁLOGO CON LA NATURALEZA

UN DIÁLOGO CON LA NATURALEZA

El Festival Perelada ha abierto hoy nuevamente sus puertas a la contemporaneidad, a la innovación artística, al talento de nuestro país, con la presentación del espectáculo Opera (Forse). En un entorno como el Celler Perelada, donde hace unos días se pudo vivir la maravillosa pieza de arte específico Le Terroir, de la bailarina y coreógrafa Lorena Nogal, el ensemble Frames, una formación integrada por Sabela Castro, Javier Delgado, Rubén Orio, Daniel Munarriz, Núria Carbó y Miquel Vich, acompañados por la narradora Agnès Busquets, han desplegado hoy un trabajo de gran precisión y coherencia escénica que, como el de Nogal, huye de la convención. El objetivo de la propuesta es ofrecer una experiencia que trascienda los marcos convencionales de la ópera y la música.

Para conseguirlo, el programa incluía dos piezas. Tenemos, por un lado, La Nature dans le Miroir (2020), de la compositora belga Cathy van Eck. Esta pieza tecnológica utiliza sensores para que el movimiento corporal del percusionista genere sonido, creando una simbiosis entre gesto, paisaje acústico y percepción visual. El resultado es una propuesta en la que lo auditivo y lo visual se fusionan en una única experiencia, una invitación a reconocer la relación entre el ser humano, la naturaleza y la tecnología. No se podía haber escogido un mejor escenario que los jardines del Celler Perelada para interpretar/representar la pieza, siguiendo el leitmotiv del festival de este año, el jardín como genius loci, en el que se han fundido los sonidos de la naturaleza y los producidos por los músicos, en ocasiones, dialogando incluso con los chillidos de los vencejos negros que cruzaban el cielo sobre la bodega o enmarcando el vuelo majestuoso de las cigüeñas que transportaban ramas para reforzar sus nidos o emitían su peculiar crotoreo.

Durante la interpretación de la pieza de Van Eck, el gesto físico se ha convertido en sonido, invirtiendo la jerarquía habitual entre músico e instrumento. En lugar de tocar, el músico se deja tocar por su propia producción sonora. La pieza debe entenderse como una reflexión crítica y poética sobre la relación entre los humanos y el paisaje natural, y especialmente sobre la manera en que esa relación está manipulada —y deformada— por la tecnología, la movilidad y el impacto ambiental. La creadora parte de un gesto aparentemente inocente y habitual: observar la naturaleza mediante su captura, pero lo que denuncia —o al menos pone de manifiesto— es que ese acto de capturar no es neutral: modifica aquello que pretende conservar. Las pisadas, el ruido del desplazamiento o la pequeña infraestructura de los senderos alteran, física y acústicamente, el paisaje observado. Esta tensión entre contemplación y alteración se escala hasta el nivel global, con el cambio climático como telón de fondo. El calentamiento global podría conllevar cambios en la flora y la fauna (nuevos árboles, nuevas especies de aves) y la imagen que hoy tenemos de un lugar natural podría no tener nada que ver con su realidad futura. Así, el paisaje no es algo inmutable, sino una construcción cambiante y frágil, siempre influida por la acción humana.

En este contexto, la pieza musical se convierte en una metáfora escénica y tecnológica de este proceso. Los intérpretes no son sólo músicos, sino también “mediadores” de esta transformación: sostienen un espejo que representa la mirada humana sobre la naturaleza, y con los sensores en los brazos, sus movimientos generan sonidos en tiempo real. Inicialmente, esos sonidos evocan aves locales, pero a medida que avanza la pieza, esos sonidos se desplazan hacia otras especies, e incluso hacia aves “artificiales”, metáfora del paisaje cada vez más hibridado, menos natural. El uso del altavoz situado en el pecho de los intérpretes simboliza que ese nuevo paisaje ya no es exterior, sino que forma parte del cuerpo humano: somos parte de la naturaleza que transformamos. El sonido no surge de un espacio “natural” sino de un cuerpo “tecno-natural”, donde movimiento y paisaje, emisor y receptor, se confunden. Hacia el final, cuando los músicos imitan el vuelo de los pájaros con el espejo, se cierra el círculo: lo observado y lo que observa se han convertido en una sola cosa. El ser humano ya no sólo imita el paisaje, sino que se convierte en parte de él, mutando con él. La pieza coloca al público frente a un espejo: si la naturaleza cambia, es porque la hemos mirado, la hemos querido capturar, y al hacerlo, la hemos alterado para siempre.

Tras esta pieza para cuatro músicos que ha destilado un poso de pesimismo, o al menos de inquietud, el percusionista Miquel Vich ha presentado la segunda parte de la velada o, mejor dicho, el plato fuerte: la interpretación de Opera (Forse), del compositor italiano Francesco Filidei, en la que se propone un conjunto de ocho escenas breves para seis percusionistas y una narradora, con textos del poeta Pierre Senges. El planteamiento es innovador y mezcla palabra, ritmo y objetos sonoros, explorando los límites de la construcción convencional de la ópera, en la que incluso el texto, lleno de sentido irónico y distante, también busca sacudir la percepción que tenemos de la ópera como drama continuo.

Durante la interpretación de la suite de Filidei, el control del silencio, la coordinación en la secuencia de golpes y el uso inteligente de múltiples objetos para favorecer la peculiar narración, han permitido al público romper toda solemnidad y abrazar sin tapujos lo grotesco y la sátira, una vez superada la sorpresa inicial. Los sonidos del agua, los silbidos, las carracas o los sonidos de copas de cristal apelan a la imaginación colectiva, generando una especie de microdramaturgia en la que la ópera se construye desde la parodia y la observación. El discurso textual, con intervenciones breves y cargadas de ironía, explica la historia de amor entre una polla de agua macho (Battibecco) y un múgil hembra (Avocatta) que acaban mal parados en la mesa de los músicos/comensales, tras un inicio poético, mientras disfrutaban de la libertad en plena naturaleza y tenían la oportunidad de enamorarse, hasta que entraron en escena pescador y cazador, respectivamente. Agnès Busquets ha favorecido, con su vis cómica, que se escapara más de una carcajada entre el público.