UN VIAJE DE LA OSCURIDAD A LA LUZ

El Festival Perelada ha presentado este domingo en la Iglesia del Carme el estreno absoluto de In Paradisum, un recital dramatizado que reúne música de Franz Schubert y Franz Liszt con textos escritos por el tenor Julian Prégardien y leídos por la actriz Alba Pujol. Protagonizado por los tenores Julian y Christoph Prégardien y la pianista Saskia Giorgini, con dos intervenciones puntuales del joven miembro de la Escolanía de Montserrat Miquel Genescà, la propuesta está concebida como un viaje simbólico entre la vida y la muerte, un recorrido introspectivo en el que la música, la palabra y el espacio convierten la experiencia en una travesía poética hacia un lugar que solo puede intuirse. El programa, dividido en dos partes, no está planteado como una sucesión de piezas al estilo de un concierto, sino como una narración sonora con intención dramática. Cada lied, cada obra para piano y cada intervención de Pujol contribuyen a construir una atmósfera de alta densidad emocional. No hay artificios; todo se presenta con una elegancia austera, fiel al espíritu romántico, pero con una firme voluntad de captar la atención del público, que se siente interpelado por el relato de un viaje de naturaleza espiritual. El equilibrio entre música, voz y palabra no es fácil de lograr, pero aquí se consigue gracias a la calidad artística de todos los participantes y a una concepción dramatúrgica clara y minuciosa que lo cohesiona todo.
La primera parte, tras una introducción leída por Pujol que marca el tono con el que proseguirá la velada, continúa con Der Wanderer D489 de Schubert, lied fundacional que define la figura del viajero errante, incapaz de hallar un lugar donde descansar. La elección de esta obra no es casual: todo el concierto se articula en torno a esta idea de desplazamiento vital, donde el paisaje es siempre metáfora del estado interior. Christoph Prégardien muestra aquí una voz clara y flexible. Le sigue La lugubre gondola I de Liszt, escrita tras una visita a Wagner en Venecia, una pieza de tristeza contenida, sin retórica, a la que Giorgini ha sabido imprimir la nostalgia precisa. Los siguientes lieder —Der Wanderer D649, Meeres Stille, Auf dem Wasser zu singen, Im Abendrot— retoman el tema del viaje y el agua como espacios de tránsito. El motivo de Caronte, el barquero de los muertos que los conduce en su góndola a través de la laguna Estigia, aparece de forma sutil. El relato, reforzado por los textos leídos por Alba Pujol, sugiere que el protagonista ya ha cruzado una frontera. “¿Cómo subí a la barca?”, pregunta. Esta pregunta sin respuesta marca el tono de una travesía que no es física, sino simbólica. El agua, aquí, representa el límite entre dos mundos: el conocido y el invisible.
Los textos que Pujol intercala entre los bloques musicales dan cohesión al conjunto y ofrecen un contrapunto narrativo esencial. Su dicción es pausada y clara, nada afectada, y sus intervenciones enlazan las canciones y su contexto metafórico. La figura del “jardín secreto” —aparece de nuevo el leitmotiv de este año del festival— y del “niño eterno” introducen la idea de un paraíso interior, no geográfico sino espiritual. Es un destino que no se alcanza, pero que se busca. Este hilo narrativo confiere al espectáculo una dimensión casi litúrgica, aunque no religiosa en sentido convencional. Se trata de un ritual de paso vivido a través del arte. La Iglesia del Carme favorece esta lectura espiritual del conjunto. La austeridad arquitectónica, la sonoridad natural del recinto y la proximidad entre intérpretes y público contribuyen a crear una atmósfera única. No hay escenografía, pero sí una iluminación especial que se une a la música, la palabra y el silencio. Entre lied y lied, las piezas de Liszt permiten decantar el mensaje emocional.
La segunda parte del programa se abre con Frühlingsglaube, lied que simboliza un primer indicio de esperanza, precedido de un texto declamado por Alba Pujol. La primavera es aquí una promesa que aún no ha llegado del todo. Le sigue Eglogue de Liszt, una pieza breve y delicada que mantiene la tensión entre ilusión y realidad, clave en el desarrollo emocional del programa. El momento de máxima intensidad llega con Totengräbers Heimweh, donde el enterrador confiesa su cansancio existencial. Julian y Christoph Prégardien se lanzan a la interpretación de la pieza con una potencia inusitada y una rotundidad y convicción necesarias para reflejar el momento existencial del personaje. La voz de Christoph, más madura, aporta una gravedad que contrasta con el timbre más joven de Julian. Esta alternancia entre las dos voces se convierte en otro de los puntos fuertes del recital: no hay duelo generacional, sino complementariedad. Juntos construyen una sola voz fragmentada, que atraviesa el tiempo y la experiencia.
Las obras de Liszt que siguen —Le mal du pays y Les cloches de Genève— completan el paisaje interior del concierto, pero entre ambas se produce la primera aparición de Miquel Genescà, que interpreta In’s stille Land (Schubert), expresando una inquietud que se ha extendido entre el público, la misma que expresarán los dos tenores en la interpretación de Strophe aus Die Götter Griechenlands (Schubert). La nostalgia se manifiesta como un estado de ánimo casi contemplativo, mientras que el último lied, Nacht und Träume, resume el espíritu del espectáculo. Es un canto a la noche y al sueño, presentado como espacio de comprensión profunda. Julian y Christoph Prégardien cierran el trayecto con una interpretación extremadamente refinada, que busca la transparencia. El sonido casi se desvanece en el aire.
El final, la coda, llega con el canto gregoriano In Paradisum, interpretado por Miquel Genescà, miembro de la Escolanía de Montserrat. Es un momento de gran belleza formal, que pone punto final al itinerario con una especie de luz serena, que el niño ha hecho llegar hasta la cabecera del templo sosteniendo un farol que ha ido iluminando de manera gradual la nave de la iglesia a medida que avanzaba. Su aparición no resuelve el misterio planteado al principio; es un cierre abierto, como el jardín prometido de los textos, que nunca se muestra del todo. Esta circunstancia exige un público activo, voluntarioso, porque como dice uno de los textos declamados por Alba Pujol, “el jardín no está lejos, pero hay que encontrarlo dentro de nosotros, no fuera”. A juzgar por la cálida ovación que recibieron los intérpretes, el objetivo de satisfacer al público ha sido plenamente alcanzado.