UN VIAJE MUSICAL

UN VIAJE MUSICAL

El recital de hoy del Festival Perelada, en la iglesia del Carme, protagonizado por Katia y Marielle Labèque, ha supuesto una experiencia de belleza refinada y sutil fantasía bajo el título Le jardin féerique (El jardín de las hadas). El programa, con obras de Maurice Ravel (1875-1937), Franz Schubert (1797-1828) y Philip Glass (1937), ha sido concebido para transitar diversos mundos imaginarios, proponiendo un viaje sonoro a través de tres universos estéticos: el mundo narrativo de los cuentos, la profundidad emocional romántica y la abstracción hipnótica contemporánea. Tres formas de fantasía, tres lenguajes que, en manos de este dúo excepcional, se han convertido en un recorrido de alta intensidad artística.

El escenario del concierto, la nave de la iglesia del Carme, se ha transformado simbólicamente en un jardín habitable, un espacio interior donde la música despertaba emociones, recuerdos y sueños. De este modo, el título Le jardin féerique trascendía la referencia directa a Ravel para convertirse en metáfora del genius loci que el festival reivindica este año: un lugar habitado por el espíritu, donde la creación artística toma forma a través del vínculo entre obra, intérprete y espectador. El programa se ha abierto con Ma Mère l’Oye, de Maurice Ravel, una suite formada por cinco movimientos concebida inicialmente para niños, pero en la que el compositor despliega todo su refinamiento y capacidad evocadora. La ejecución de las hermanas Labèque ha subrayado la delicadeza del trazo, con una lectura precisa pero siempre sugerente. La Pavana de la Bella Durmiente ha abierto el ciclo con una sutileza vaporosa, donde cada frase parecía suspender el tiempo, como la princesa del cuento de Perrault: «Durmiendo durante cien años, la joven princesa yace sumida en un profundo sueño hechizado...»

En Petit Poucet, la historia de Pulgarcito se ha transformado en un relato sonoro de pasos vacilantes, de murmullos del bosque y de caminos perdidos. El diálogo entre los dos pianos se ha convertido en una narración encadenada, con una línea melódica que serpenteaba como los trozos de pan que el pequeño héroe dejaba atrás. Laideronnette, emperatriz de las pagodas, introduce las resonancias orientales y texturas que las intérpretes han hecho emerger con una plasticidad destacable. Las pequeñas figuras de porcelana que sirven a la heroína se han podido imaginar danzando sobre las teclas: «Los instrumentos diminutos tocan para ella mientras sueña con su transformación.»

Les Entretiens de la Belle et de la Bête ha sido quizá el momento de mayor teatralidad. Bella y Bestia han dialogado en sonidos, con un dramatismo contenido que se resuelve en la transformación final de la Bestia en Príncipe. Finalmente, el movimiento que da nombre al concierto, Le jardin féerique, ha desplegado una serenidad luminosa y esperanzadora. El jardín despierta a la vida y, con él, todo el imaginario de la velada. Las pianistas francesas han sido capaces de construir una atmósfera casi etérea y «los jardines se iluminan con la vida, la música y el amor.»

El segundo bloque del programa, la Fantasía en fa menor de Franz Schubert, ha abierto una nueva dimensión musical y emocional. Si con Ravel estábamos en el territorio de la fantasía infantil, aquí se ha impuesto una fantasía más madura, interior e introspectiva. Compuesta pocos meses antes de la muerte del músico, la pieza concentra una carga lírica y dramática que las hermanas Labèque han sabido canalizar con intensidad y naturalidad. El Allegro inicial ha destacado por la claridad del discurso y el movimiento central, Largo, ha sido interpretado casi como un Lied sin palabras. Su lectura de Schubert ha preservado el equilibrio entre tensión y lirismo, sin caer en el exceso emocional ni tampoco en la frialdad. El tercer movimiento, Allegro vivace, ha aportado contraste rítmico, pero sin perder el tono reflexivo del conjunto, mientras que el retorno del primer tema en el Allegro molto moderato final ha evidenciado la circularidad poética de la obra. El acorde final ha dejado una sensación de silencio suspendido, casi religioso, como si el público necesitara un instante para asimilar lo que había escuchado. Ha sido el momento de hacer un pequeño receso.

La continuación y cierre del recital con Four Movements for Two Pianos, de Philip Glass, ha introducido un cambio radical de lenguaje, pero no de tono. Si hasta el momento las hermanas Labèque habían compartido instrumento, para interpretar la obra de Glass han tocado cada una un piano. En esta pieza la fantasía se ha manifestado como repetición, como estructuración casi arquitectónica de patrones rítmicos y motivos breves. Las hermanas Labèque, muy precisas, han desplegado su complicidad técnica en un repertorio que requiere sincronía absoluta y resistencia. Con una energía constante, las hermanas han transformado la reiteración en motor expresivo. La obra, pese a su abstracción, no se ha percibido como una fría construcción, sino como un viaje mental: el jardín encantado se ha convertido ahora en laberinto hipnótico, donde la imaginación se desplaza por estructuras sonoras de una fuerza persistente. En el último de los cuatro movimientos de la pieza, el torrente de notas proveniente de los pianos ha hecho que, por unos instantes, el público contuviera la respiración que ha desembocado, después de unos segundos de silencio tras sonar la última nota, en una ovación final, unánimemente cálida, como respuesta de un público cautivado por la propuesta.

Las ovaciones han tenido premio: un par de magníficos bises. El primero, las dos pianistas al frente de un solo teclado, han interpretado Le jardin de Dolly, de la Suite Dolly, Op. 56 de Gabriel Fauré, y el segundo bis, a dos pianos, ha sido una eléctrica interpretación de la pieza Jet Song, del musical West Side Story. Hoy, en este jardín imaginario habitado por hadas, emociones y formas, las hermanas Labèque han demostrado que la fantasía, lejos de ser una evasión, puede ser un camino de retorno hacia lo esencial.